Entre portadas y paisajes: cómo la fotografía nutre la escritura
By Lili’s Inkwell Team on 21 de noviembre de 2025
Escribir y fotografiar comparten un mismo gesto: detenerse a mirar. Ambas disciplinas parten del silencio, de esa pausa que permite que algo cotidiano revele su forma.
La escritura traduce lo que se siente. La fotografía, lo que se ve. Pero en ambas hay un intento de comprender el mundo a través de la atención.
Cuando un escritor aprende a mirar como un fotógrafo, sus textos ganan profundidad. Y cuando un fotógrafo observa como quien escribe, sus imágenes comienzan a narrar.
En esa frontera, tan sutil, es donde ocurren los descubrimientos más interesantes.
La mirada que selecciona
Fotografiar no es capturar todo lo que ocurre delante del lente, también es decidir qué dejar dentro del encuadre y qué queda fuera. Esa misma elección ocurre al escribir: cada palabra incluye una intención y descarta infinitas posibilidades.
Una frase, como una imagen, no lo muestra todo. Sugerir también es una forma de contar. El lector, igual que quien mira una fotografía, completa lo que falta con su propia experiencia.
Mirar con atención es una forma de respeto. No se trata de dominar la escena, sino de permitir que se revele por sí sola.
Luz, composición y ritmo
Una fotografía se sostiene en tres pilares: luz, composición y ritmo visual. Un texto también los necesita.
La luz en la escritura puede ser una emoción que atraviesa todo el relato. La composición surge en el orden de las ideas, en la manera en que cada párrafo respira. Y el ritmo nace del silencio entre las frases, del espacio que se deja para que el lector piense o sienta.
Observar una buena imagen enseña a escribir con más precisión. Cada sombra y cada contraste recuerdan que la claridad solo tiene sentido cuando hay matices.
El detalle como forma de verdad
En fotografía, el detalle no es ornamento: es esencia. Una arruga, una hoja caída, una línea de luz en una pared cualquiera. Los detalles cotidianos sostienen la autenticidad de una imagen.
En la escritura ocurre igual. Cuando un texto se detiene en lo pequeño, cuando describe lo que muchos no notarían, es cuando logra transmitir verdad.
Las grandes historias no siempre necesitan grandes escenarios. A menudo bastan una ventana, un gesto, un rastro de luz.
Portadas que cuentan historias
En el mundo editorial, la fotografía cumple una función distinta pero igual de narrativa: la portada. Una portada es la primera puerta de entrada a una historia. Anticipa un tono, sugiere una emoción, prepara al lector para lo que encontrará adentro.
Por eso, elegir o crear una imagen de portada no es un trámite estético. Es un acto de coherencia entre lo visual y lo escrito. Cuando la fotografía y la palabra se entienden, el libro respira completo.
Mirar para escribir
La fotografía enseña a observar sin prisa, a no temerle al silencio, a reconocer que lo visible también tiene profundidad.
Cada fotografía puede convertirse en una semilla de texto: una historia que se insinúa, una voz que busca decir lo que la imagen calla.
Mirar el mundo con ojos de fotógrafo no implica dominar una técnica, sino aprender a prestar atención con humildad y curiosidad.
En ese gesto, la escritura encuentra su mejor aliado: la capacidad de mirar con intención.
Fotografía y escritura son dos maneras de nombrar la realidad. Una trabaja con la luz, la otra con las palabras. Ambas buscan algo parecido: darle forma a lo que el tiempo borra.
Cuando se encuentran, surge una manera más completa de ver. Una forma de decir sin explicarlo todo, de mirar sin necesidad de poseer.
Quizás ese sea el punto donde ambas artes se tocan: en el deseo compartido de conservar lo efímero y hacerlo permanecer, aunque sea un instante más.
Fotografía: La sra Lidia Autor: Ponce, Luis Abel, (2025) Instagram: luisabel_39